martes, 5 de julio de 2016

24

24 años, se dicen poco y me pongo a pensar en mi vida. Esa acumulación de capítulos de un libro escrito por mi puño y letra cuyas historias, muchas de ellas se han plasmado aquí. Con cada reflexión y cada momento. Cada error, cada fracaso, cada borrachera, cada lágrima, cada aprendizaje. Cada éxito, cada risa, cada vuelco al corazón. Con cada uno de mis actos y pensamientos y todas sus respectivas consecuencias. Y aunque envejezca, pasen los años y la vida siguió como siguen las cosas que no tienen mucho sentido como dice mi buen amigo Sabina, siempre se caracterizará por ese ligero toque de falta de cordura, con esas ganas de vivir que no marchitan y esa falta de autocrítica a mi voluntad. Pero así, con lo bueno y con lo malo he aprendido a aceptarme y a quererme. Porque dentro de mi vive esa pequeña niña inocente que cree los imposibles, esa mujer guerrera que lucha por salir ante las adversidades que le ha puesto la vida, esa pupila de mente sucia y autodestructiva a la cual el fin le justifica los medios o esa profesa que quiere que restaure mi fe en la humanidad. Todas y cada una de ellas soy yo. Después de 24 años te das cuenta que no hay mayor satisfacción que el sentir y reconocerte a ti mismo. Que no quiero ser nadie que no existe, no quiero buscar una vida creada por alguien que no sea yo, ni alardear de una muerte que esta más que anunciada. Hay que abandonar ese criterio de nuestro propio idilio del caos, que no necesitamos a nadie más que a nosotros mismos para salvarnos. Porque aunque ese caos tan asfixiante me encuentre y me encontrará, aunque hayan días que me levante sin saber quien soy y engañe mi realidad con copas de alcohol. Aunque sienta que cada uno de los cimientos se destruyen y den rienda suelta un estado incontrolable de decadencia e incondición; sabré con certeza  aquellas palabras que escribió William Ernest Henley en una de sus mayores genialidades: 

"soy el amo de mi destino, soy el capital de mi alma".



No hay comentarios:

Publicar un comentario