Pero anoche era diferente, nos necesitábamos y nos buscamos, bebimos y hablamos, de la vida, del arte, de la ciencia, de la política y como no, del amor. La verdad, no he conocido a nadie que admire tanto como a él. El siempre será dueño de una parte de mi y viceversa. Nunca nos habían entendido, y nunca pretendimos que lo hicieran, supongo que esa era la magia que teníamos. Entonces se despertó, con la calma de siempre, se acercó a mi y me dio un beso en la frente.
-Deberías irte a casa - le dije.
-¿Es lo que realmente quieres?
No sabía que contestar, el silencio habla y la realidad se presenta en su estado más puro. Nunca he podido desprenderme de aquellos ojos verdes, me hacían perderme en el infinito e interrumpían mis pensamientos.
-Siempre tengo muy claro lo que quiero hasta que me miras.
Coge sus cosas y sale de habitación
-¿Te vas? ¿Así? - le pregunto un tanto desconcertada
-Voy a hacerte el desayuno.
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