Desde la terraza de su habitación podía verlo todo sin que nadie supiera que tenía como costumbre observar el cielo. No era curiosidad, sencillamente le atraían las vidas ajenas a ella, se sentía bien. Noche tras noche dedicaba un par de minutos a sentarse y esperar, miraba al cielo y pensaba en cuantas personas más estarían viendo lo mismo que ella, con cuantas personas estaría compartiendo sus pensamientos.
Adoraba ver como poco a poco la noche se iba rindiendo al silencio y pensaba en lo que podía estar soñando cualquier otra persona. Buenas noches se decía para si misma. Entonces, volvía a su cama y apagaba la luz esperando que alguien desde su cama estuviese pensando "Buenas noches, guapa".
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